A casi tres meses de su fallecimiento, familiares y amigos recordaron al pintor exponiendo algunas de sus obras en el centro cultural Osvaldo Soriano. Primaron las anécdotas y los cuadros alusivos al puerto y el tango.
Familiares y amigos del artista marplatense Ricardo D’Amato le rindieron un emotivo homenaje en la sala de exposiciones del Centro Cultural Osvaldo Soriano. La fecha había sido reservada por el propio pintor antes de fallecer y, gracias al visto bueno de los coordinadores del edificio ubicado en Catamarca y 25 de Mayo, la exposición pudo realizarse de todas maneras con la ayuda de colegas y amigos.
Organizado por la Asociación Marplatense de Arte y Cultura (AMAC), el acto estuvo cargado de anécdotas y emoción. La presidente de AMAC y amiga íntima de D’Amato, Elvira Pinto, fue una de las responsables de elegir los cuadros expuestos y, en diálogo con LA CAPITAL, recordó los momentos compartidos, además de destacar la calidad de persona que fue su amigo.
“Ricardo fue un gran maestro y un gran ser humano. Siempre fue muy generoso y lleno de virtudes”, aseguró Elvira, quien también ofrecía su atelier al artista para que pudiera brindar sus clases.
“Le gustaba mucho los temas del puerto, pero pintaba sobre muchos temas. Era una persona muy viajada, entonces contaba cosas de cada lugar”, señaló.
Al igual que muchos de los presentes, Elvira destacó la energía que siempre tuvo y contagió Ricardo. De hecho, recordó su último gran gesto.
“Ricardo falleció un 8 de marzo, Día de la Mujer, y él había estado preparando un regalo para cada una de las mujeres del taller. El siempre fue así: generoso y caballero. Se lo extraña mucho”, reconoció muy emocionada.
D’Amato fue un artista de carácter internacional. Reconocido en todas las ciudades a las que llevó su arte, supo hacer de esos recorridos sus espacios de inspiración y creatividad.
Una de sus últimas grandes creaciones fue “Tango”, una obra que realizó sobre una vaca de madera en el marco del evento “Cow Parade”, realizado en la ciudad de Buenos Aires el año pasado. Entre los 800 bocetos, su idea fue una de las elegidas y, a su vez, subastada en los valores más altos.
Según expresaron todos los presentes, D’Amato a sus 94 años no sólo daba cuenta que su talento se mantenía intacto, sino que la calidez en el trato y el compromiso con el arte deben también mantenerse inalterable.
Por su parte, uno de sus dos hijos, Sebastián, estuvo presente junto a su familia y no pudo evitar emocionarse. Aseguró que “en el aire” se sentía la presencia de su padre.
De profesión piloto, Sebastián trajo alguno de sus mejores recuerdos de su padre, a quien varias veces se refirió como un “amigo” y “bohemio frustrado”.
“Donde más lo conocí a mi viejo fue en 1987, en Nueva York. Mi papá se había ido allá para hacer unos mangos y acá mi mamá me pidió que lo vaya a buscar.
Ahí viví con él en Green Village, en un edificio de artistas. Hablamos muchísimo y además, lo hacíamos en lunfardo para que nadie nos entendiera. Fueron tiempos hermosos”, recuerdo con lágrimas en sus ojos. La tristeza se disipa al menos un poco cuando asegura que encuentra a su padre en cada una de las obras que le regaló y en cada enseñanza que les dejó tanto a él como a su hermano, Patricio.
“Mi padre siempre vivió como quiso y tanto a mi hermano como a mí nos enseñó a ser libre, a disfrutar de la libertad. Es es una de las cosas más importantes que me enseñó”, dijo.
“Mi mamá murió un año antes y eso a él lo afectó mucho. Fue un tiempo al psiquiatra y lo creían loco porque él aseguraba que tenía 200 años. Es que sí, todo lo que vivió entraba en 200 años. Al final, como siempre, terminó siendo muy amigo del médico”, recordó, entre risas.